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Fondo Bancolombia – Colección del Museo Maja

 Fondo Bancolombia

Colección del Museo Maja

Marzo 3 de 2017

 

La Pintura Inesperada

La inclinación del terreno obliga en la mayoría de las casas de Jericó, en el suroeste de Antioquia, que el patio central sea un nivel más abajo que el piso principal donde están la puerta de entrada, las habitaciones, los salones para recibir, el comedor y otros espacios familiares. El corredor principal donde desembocan las estancias bordea el patio desde su altura y es, a la vez, corredor y balcón. Sucede en buena parte de las casas de Jericó. Y sucede, por supuesto, en el Museo Maja donde el corredor balcón mira desde arriba el patio con piso de canto pulido, totems tallados en piedra con salamandras de mirada fija, a punto de dar el salto; plantas de tallo alto y cuernos frondosos suspendidos entre las columnas a pesar de su peso. Una piedra, casi montaña, puesta allí para divisar desde su cima un paisaje imaginario, bordea el estanque azul de surtidor alto y sonidos que el impulso desigual de agua impone y se escuchan desde los recintos del Museo. Alrededor del patio una sala de exposiciones; un salón para clase o conferencias con sillas de estudiante; las puertas de entrada al salón biblioteca y al auditorio; y, como agregados de las paredes, blancos como ellas, salientes para descansar, conversar, pensar o escuchar el correr del agua. Una tarde de sábado, sin sol y un poco fría, sucedió el encuentro que voy a narrar. Debía esperar el final de un taller para ejercitar las habilidades manuales de las señoras de Jericó que mi mujer orienta. Tenía, entonces, delante de mí dos horas, quizá más, para visitar el Museo, ver las exposiciones o escuchar el correr del agua en el patio. Sin embargo, una pintura que vi esa misma mañana y llamó mi atención por lo inesperada me obligó a buscarla de nuevo. La pintura no hacía parte de las exposiciones en el programa, estaba expuesta, sí, junto con otras tres pinturas y una escultura en el salón con treinta sillas de estudiante. Son parte de una donación que recibió el Museo y si bien no estaban en la programación oficial, estaban expuestas y quien quisiera verlas solo tenía que acercarse al salón en un costado del patio justo al lado de la fuente. El agua y la Pintura Inesperada, la llamaré así porque lo es, se unieron al ritmo de la fuente. La pintura está en la pared frente a las sillas de estudiante. Entre la pintura y las sillas una piedra. Sobre la piedra un vidrio sostenido por siete pilares. Sobre el vidrio una Maria Mulata, obra de Enrique Grau, con cuerpo y alas en planos perpendiculares mira arriba. La silueta de la Maria Mulata toca el marco dorado de la Pintura Inesperada. La Pintura Inesperada es un paisaje, cielo amarillo, apenas visible entre las formas abigarradas de los árboles; dos, tres, troncos gruesos, oscuros, en el plano medio de la pintura están al inicio del bosque, después los arboles se suceden en la profundidad que nace del primer plano gris oscuro hasta otros tonos de gris, más claros, que se pierden entre los árboles de tronco oscuro y hojas rojas, de un rojo dos partes vino tinto y dos agua, una mezcla que si bien no es aconsejable para el vino, es perfecta para la transparencia de los árboles que se sobreponen unos a otros. El piso del bosque es gris, gris de tonos claros y oscuros que buscan compensar lo frondoso de los árboles con el volumen inesperado del piso. Podría parecer una pintura abstracta, sin definición y representación precisas con uno que otro elemento marcado, los troncos, pero no es eso. Podría parecer también como los primeros trazos de una pintura que vendría después capa sobre capa, transparencia sobre transparencia, hasta la representación de un lugar cierto o imaginario. Sin embargo, dos detalles contradicen la hipótesis: una firma ilegible, disimulada en la esquina inferior derecha, el rincón quizá más denso de la pintura; y un manchón, también gris, más claro que surge detrás de uno de los troncos del primer plano y viene hacia el espectador. Se trata de una forma en movimiento que por su velocidad dejó de ser forma y se convirtió en mancha gris con algunos bordes oscuros que la separan de los árboles rojos y de la tierra gris. Su autor es desconocido, podría llamarse el pintor de la firma ilegible, el pintor incógnito, el pintor que desapareció en la frondosidad del bosque inesperado que surgió de sus pinceles y no reapareció más. El sonido del agua que corre en una fuente cercana influye en las tonalidades de la pintura, no es un sonido repetido, es agua que corre y cada movimiento es distinto, en ocasiones con notas separadas que marcan un ritmo nunca igual, nunca en el mismo tono, siempre inesperado como el bosque rojo. La cadencia del agua marca los tonos de la pintura. Hago el experimento de mirar la pintura sin escuchar el agua que corre y la sensación es una. Cierro los ojos y escucho el agua que corre, la sensación es otra. Abro los ojos y veo de nuevo la pintura y al mismo tiempo escucho el agua, el bosque sigue en su lugar, al interior del marco dorado pero no es el mismo o es el mismo pero distinto. Es posible que una pintura cambie con el tiempo, con la luz. También es posible que cada persona que se pare frente a una pintura vea lo que otros no ven y su relación con ella sea distinta. Es posible que los sonidos alrededor influyan en la percepción de la imagen, habrá quien la vea en los miles de tonalidades de verde que conviven en la naturaleza; y también habrá quien no sienta nada y no vea la pintura y tampoco escuche el agua que corre. He visto gentes que entran en esta sala, miran alrededor y se retiran después de no ver nada o seguramente, de ver algo que yo no he visto. De un momento a otro el sonido del agua que corre cesa. Ya no hay agua que corre. Las  campanas de la iglesia cercana toman su lugar. Las campanas tienen ritmo y número: cinco veces en tonos altos y graves, primero los altos, luego los graves, luego una pausa. Así seis veces. A cada repique el bosque rojo se hace más volátil; la mancha que surge detrás de los troncos acelera pero no desaparece, se acelera en su sitio. Que el agua cese de correr y las campanas anuncien es el llamado al reposo. La Pintura Inesperada estará allí cuando vuelva, quizá mañana, quizá otro día. Espera, es posible, la llegada del espectador que se atreva a entrar en el bosque rojo. Todo es posible ahora, cuando el agua ya no corre, las campanas callaron y la mancha en movimiento parece quieta…

© Saúl Alvarez Lara / 2017

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