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PAUSAYPRESENCCIA

 

PAUSAYPRESENCCIA

“Queda mucho por andar
Y que mañana será
un día nuevo bajo el sol
Volver a empezar”
Alejandro Lerner

Emperatriz Muñoz Pérez

La vida está hecha de momentos, reza el dicho popular. No es el tiempo el que domina en esta afirmación, es lo que hacemos en él, lo que nos acontece. Una sentencia que, al pronunciarse en la situación correcta, encierra una verdad irrefutable. Su uso es invaluable al momento de resolver tanto las grandes dificultades como las estruendosas alegrías. Hay cierto fatalismo en él que al final termina por consolar. Si se pronuncia en medio de las dificultades, es un anuncio de que, como momento, como acontecimiento temporal, pasará; igual si es en la alegría. No hay remedio, todo pasará. El dicho, además de informarnos lo temporal, nos invita, sin esta obviedad con que pretendo expresarlo, a que, como momento, debe ser vivido a plenitud, sin evasiones.

Hay ciertos acontecimientos en la vida que no es posible ignorar, están ahí y nos aguijonean, nos sacuden e incomodan; desear que pasen rápido, que abandonen

la escena, parece alimentar con más vigor su carácter incómodo. Como tampoco es posible, cuando invadidos por un fuerte optimismo, por una sensación de plenitud ante una circunstancia específica, procuramos extender la sensación y con ella la circunstancia que la disparó. En este esfuerzo, y con el conocimiento de su transitoriedad, lo que podría ser un gozo, termina por convertirse en un momento de tristeza. En este sentido, la idea de apurar o apresar no le aporta nada al momento, solo nos queda vivirlo tal y como se presenta; es decir, sin evasiones.

Pero lo cierto es que, a pesar de vivir en medio de la convulsión de acontecimientos –y tal vez por esa misma razón–, no siempre alcanzamos a hacerlos conscientes, a estar atentos completa y sinceramente en ellos. Es más común que pasen de largo, que ni siquiera los registremos en la memoria. De ahí que sea más fácil encontrar vacíos en afirmaciones como: “He hecho lo mismo de siempre”,

 

“No ha ocurrido nada diferente”, aunque la variedad exista, aunque en ningún caso sea lo mismo. Byung-Chul en su ensayo La sociedad del cansancio afirma que: “Los recientes desarrollos sociales y el cambio de estructura de la atención provocan que la sociedad humana se acerque más al salvajismo”. Dice que la sobre estimulación que el hombre recibe del medio, se parece mucho al animal que tiene que estar atento a todo para hacer posible la sobrevivencia. De ahí que la atención en nosotros y en lo que hacemos se encuentre fragmentada, que el acto contemplativo no ocurra.

La ausencia de atención en lo que hacemos convierte nuestros momentos en repetición, en rutina. Al parecer la atención ante el momento que vivimos exige la concurrencia de lo extraordinario, que nos saque a relucir una de esas emociones poderosas que nos cambian el panorama, dígase una tremenda alegría –la consecución de un anhelo– o una profunda tristeza –un duelo–. El resto parece un tiempo muerto, sin acontecimientos, sin ocurrencias, sin nuestra presencia, aunque sea por nosotros y con nosotros. Me atrevo a decir que la mayoría de las veces nos movemos en medio de estos dos momentos, que la vida se nos va en rastrear los

extraordinarios que nos obligan a vernos en ellos, a sentir que es a nosotros a quienes nos ocurre, y en vagar en los habituales, sin una presencia real de nuestra parte.

No obstante, en medio de lo extraordinario y lo habitual, existe un momento en el que estamos por elección, por decisión, nos elegimos en él; es el momento de la interrupción, el del descanso. Es el llamado que nos hacemos para detener la convulsión de acontecimientos, para hacernos uno con ellos y adoptar otras formas: pausa para escuchar una melodía, tomar un café, ver por la ventana, sentir el cuerpo en reposo o en movimiento; sea cual sea la forma, para asentarnos en nosotros mismos.

Es cierto que cuando decidimos descansar, cuando nos lo proponemos, estamos reconociendo que hay algo pesado en nosotros que requiere volverse liviano y recurrimos a aquellas expresiones que lo hacen posible. Así, lo que está agitado en nosotros cede cuando, al crear las condiciones necesarias para que acontezca, decidimos aplacarlo. No importa la forma que se elija, no es necesariamente la quietud del cuerpo, el reposo o el silencio; es la presencia, el estar al mando, el asistir con todos nuestros sentidos a aquello que da al momento el signficado de descanso. Tampoco importa el tiempo que invirtamos, es la disposición,

… Detrás de los hastíos y los hondos pesares
Que abruman con su peso la neblinosa vida,
¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo
Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!…

la capacidad de ordenar todos los elementos para que, al confluir, creen la atmósfera necesaria.

Decisión, presencia y disposición dotan al descanso de su naturaleza.

Es así como el descansar, desde el propósito consciente y decidido, permite la atención en aquello que hemos elegido: la melodía, la conversación, el caminar, acaso bailar. Dejar que lo que nos ocurre esté cerca y de paso revitalice la existencia, para abandonar el salvajismo que fragmenta nuestra atención y que resalta Byung-Chul.

De manera que, para no ser embestidos por las circunstancias, por los acontecimientos ruidosos o por aquellos que pasan inadvertidos, transformados en rutina, se requiere de la interrupción consciente, del momento de descanso en el que nos sintamos dueños de nuestro espacio, de nuestro tiempo.

Si bien cada vez son menos estos momentos, es nuestro deber administrarlos con mayor rigurosidad para retornar a nosotros mismos; es decir, a vernos en lo que nos ocurre, a ganar presencia. Parece absurdo

tener que darnos permiso para el descanso, pero pasa con mayor frecuencia que sentimos cierta culpa, cierta desazón cuando nos lo permitimos. Adoptamos la idea del descanso como algo por lo que tenemos que pagar, como tiempo comprado, porque de lo contrario sería un momento robado; como si en lo mucho que hay por hacer, descansar restara. Baudelaire, en su poema “Elevación”, enaltece a aquel que con arrojo se entrega a su momento de descanso:

Detrás de los hastíos y los hondos pesares
Que abruman con su peso la neblinosa vida,
¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo
Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!

En la forma en que vivimos ahora, presos del afán y del agotamiento por el exceso de estímulos, no queda nada mal afirmar que la vida está hecha de momentos, pero no solo como recurso para resolver las grandes emociones, sino para abrir el espacio necesario al descanso y así retomar, con fuerzas renovadas, la presencia necesaria y aportar luz a la neblinosa vida de Baudelaire.

Vendedor de frutas / 21 cms. x 16 cms. / Acrílico sobre cartón / 2013

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