Un mundo paralelo
Luis J. Martín Duque
La creatividad humana siempre ha sido una fuente inagotable de transformación y expresión en el ámbito artístico. La búsqueda de la perfección y el equilibrio ha acompañado el desarrollo del pensamiento en Occidente, a través de un esfuerzo constante que ha dado frutos destacados en la creación artística y en la ciencia. Sin embargo, el arte ha sido el camino inclasificable que, en su búsqueda de la perfección, ha encontrado múltiples refugios, todos ellos opuestos, complejos e inagotables.
Uno de estos refugios ha sido el hiperrealismo, una de las corrientes artísticas más fascinantes del siglo XX, ya que logró capturar la vida cotidiana de manera increíblemente detallada. Surgió a finales de la década de 1960 como respuesta a los enfoques abstractos y conceptuales que predominaban en el arte contemporáneo. El hiperrealismo busca capturar la esencia de la realidad con tanta precisión que a menudo se confunde con otras técnicas igualmente rigurosas en el detalle.
Lo que sorprende en la obra de arte no es solo la maestría hiperrealista y su similitud con lo fotográfico, sino también la invención poética con la que la luz revela cada espacio, cada presencia humana, a la vez que resalta elementos únicos tanto en el color como en las formas.
Un mundo paralelo es aquel que, aunque se asemeje al mundo que conocemos, capta una realidad interpretada que solo es posible gracias a la sensibilidad del artista que la plasma.
En su obra, Martín Duque presenta un universo urbano, doméstico e íntimo impregnado de cotidianidad. Mediante un diálogo entre el transeúnte y su entorno, logra una meticulosa atención que asombra. Todo adquiere un delicado silencio que realza lo aparentemente trivial de manera técnica y sensible. La obra invita a observar más allá del detalle, a contemplar cada partícula dentro de un conjunto completo, guiando al espectador hacia una comprensión más amplia y compleja de lo que somos y del mundo que habitamos.
Como afirmó Ralph Goings: "La forma, el color y el espacio están a merced de la realidad; descubrirlos y organizarlos es tarea del pintor realista".
Andrés Galeano
Páramos
Mónica Meira
En su serie de pinturas sobre el páramo, Mónica Meira sumerge al espectador en este ecosistema montañoso a través de grandes espacios pictóricos que nos envuelven y que al mismo tiempo se repliegan sobre sí mismos. Característico de las zonas ecuatoriales a una altitud de más de 3000 metros, el páramo es un lugar tan misterioso como sagrado: los arbustos y la flora paramuna son notables por su extraña apariencia y existencia en medio de lo que parece como una especie de desierto húmedo, pero es sobre todo su capacidad de retener y entregar agua lo que lo convierte en un santuario sagrado.
En las indagaciones de Meira sobre este paisaje único, capta precisamente esta atmósfera ambivalente; más que representar las características científicas del ecosistema, sus pinturas evocan su ambiente. Los ángulos y colores de esta serie recogen la fragilidad del páramo: como si se tratara de paisajes lunares, las faldas de las montañas aparecen teñidas de amarillos en medio de luces y sombras de carboncillo; en otros casos, unas luces tenues de tonalidades cobrizas cubren el lienzo entero.
El efecto general es el de un lugar silencioso y detenido en el tiempo. Las figuras humanas, en cambio, no parecieran pertenecer a estos lugares: son más bien intrusas, exploradores y montañistas, cuyos trajes a veces parecen más espaciales que otra cosa.
Así, esta serie representa la naturaleza del páramo, imprimiéndole un ambiente de ensoñación, a la vez que evoca y dialoga con artistas del pasado. Las series son siempre indagaciones y diálogos consigo mismo: exploraciones reiteradas de un mismo tema, cuyas variaciones reflejan un proceso creativo más que un resultado final.
Vista como un todo, la serie pareciera reiterar una perspectiva que nos confronta más bien desde el punto de vista de la naturaleza que desde el humano: así, sus espacios nos envuelven y nos sumergen desde distintos ángulos por entre las faldas de las montañas y los espejos de agua permanentemente presentes en cada una de estas imágenes.
Andrés Galeano
Paisaje Rústico
Raúl Toro
El paisaje es, quizá, unas de las fuentes de inspiración más exploradas en lo pictórico. En el inicio del proceso de observación se enmarca simplemente como un fondo; luego, con el paso del tiempo, la mirada se detiene en la inmensidad y particularidades de la naturaleza, hasta convertirse en el centro principal de la obra. De aquí que todo esto haya dado lugar a una tradición.
El paisaje rústico de Raúl Toro evoca un minucioso y extraordinario recorrido por las amplias y cercanas montañas: fenómeno natural que extiende a lo ancho del planeta su infinita y secreta belleza. Se descubre un carácter particular en la técnica y su fluidez natural: el acentuado expresionismo que contrasta con los colores intensos y el volumen, y que produce un efecto de ampliación en lo que puede ser apreciado.
Sentir el paisaje es acercar la atención a la sensibilidad que recorre cada trazo de estas evidencias, cuyo génesis parte de un trabajo de años de observación y exploración del campo. Tal trabajo constituye el aliciente fundamental de su obra paisajística, pues Raúl ha sido un testigo minucioso de la belleza convertida en montaña y en superficie; ha convertido el tiempo detenido y craquelado en cada uno de los sustentos de su obra. En ella el paisaje se desdobla en envolventes colores, que le dan vida a la quietud de la imagen mientras penetran (como en secreto) la intimidad indescifrable de la naturaleza.
Andrés Galeano
Caleidoscopio
Oswaldo Ayala
La belleza tiene diferentes formas de revelarse en el mundo. Por un lado está la que crean los seres humanos y que se manifiesta como una construcción social variable según el curso de la historia. Por otro lado está la belleza atemporal, que difícilmente puede definirse, y que casi siempre pertenece a la naturaleza. La belleza es un enigma que a la ciencia y al arte deja perplejos. Aun así, es un universo que ha sido explorado en esta serie, a través de infinitos matices y circunstancias recreadas en lápiz de color.
Cada obra indaga sobre su propio universo, profundiza en cada detalle y señala el misterio de lo aparentemente simple; cada pieza es un artilugio técnico que permite a la mirada ir más allá y superar los límites de la superficie. Las imágenes ofrecen al público una forma de observación caleidoscópica, una forma que se fusiona con múltiples recovecos y texturas que recrean un conjunto de movimientos fascinantes. La abstracción no tiene una apariencia directa. Basta solo detenerse para descubrir la perspectiva lúcida, renovada e inquietante con cada sutileza.
Las obras aquí expuestas hacen parte de un proceso de exploración que ha realizado durante años el artista. Son obras atemporales que en su proceso carecen de alguna pretensión cronológica. Evocar una mirada caleidoscópica es ampliar la contemplación de lo observado, es partir de algo conocido hasta encontrar su esencia en lo desconocido, en lo diferente. Todo esto, por supuesto, dependerá del observador.
Andrés Galeano
Un mundo de colores
Ángela María Molina Molina
Lo que aquí se reúne es la muestra de un riguroso trabajo, forjado por la disciplina y la pasión de asumir retos, de crear un mundo propio, de resguardar el talento ante la incertidumbre y ante la imposibilidad. El coraje con el que se enfrenta esta artista a cada reto da cuenta de la continua persistencia con la que se adhiere a unas representaciones impecables y resueltas a un nivel de calidad asombroso.
Un mundo de colores es, ante todo, una manifestación sensible de quien a través del deseo de superar el incansable error, nos recuerda que la mirada es, sobre todo, lo que ponemos en ella, lo que habita en cada individuo, lo que pone en evidencia el espacio amoblado del interior de cada cual.
Si bien la técnica es un elemento fundamental en la ejecución de cualquier actividad artística, ésta suele estar relacionada con la maestría con que se aplican nuestros sentidos, los cuales creemos fundamentales: tal y como ocurre con la vista. Sin embargo, la intuición y la memoria son el centro fundamental de la recreación en el trabajo de Ángela, son el camino en el contacto con una sensibilidad que se hace ojos, mente y corazón. La técnica ha sido un medio clave para retarse, pues la artista prescinde de la luz de sus ojos, pero no de su mirada interior ya que ésta es guía en su firme deseo de recorrer con el color la memoria de la infancia, aquella que siempre la acompaña nítidamente en sus recuerdos y ahora se refleja su trabajo artístico.
El conjunto del trabajo aquí expuesto es el resultado de una búsqueda exhaustiva, pues la variedad técnica ha implicado todos los grados de dificultad y satisfacción. Mil horas y más, han sido testigo de la inquebrantable voluntad de Ángela para su arte. Que sea esta la oportunidad para observar y palpar, con total detenimiento, cada punzada, cada forma…: todo un mundo de color.
Andrés Galeano