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DAYANA

 

DAYANA

Marta Cecilia Cadavid

Camino entre sombras, arrastro las calles, las respiro, inundo mis ojos de búho con imágenes que rezuman angustia, dolor y muerte. Registro la vida que la ciudad no quiere ver.

En medio de la algarabía de proxenetas, travestis y homosexuales, las puertas entreabiertas del “triángulo del amor” incitan mi curiosidad. La de color amarillo, atrae mi atención: veo a una mujer recostada en la pared con hambre en los ojos, deseo en los labios y el cuerpo sumiso. La calle del vicio la signó con su marca de ignominia: de cara macilenta y senos blandos que gimen en la trusa que a duras penas los cubre. Parece de cuarenta años. Sus dedos se aferran a mi chaqueta con desespero, con morbidez. ¡Por un trago… por algo de comer… por lo que sea, señor! musita, en tanto los lagrimones irrumpen en su boca. ¿Cuántos años tiene? Quince, responde llevándome de la mano a un rectángulo de metro y medio por dos. Levanta sus flácidos brazos para quitarse la diminuta trusa, y la detengo.

La vida está en otra parte, aquí solo hay vicio y muerte, le digo, mirándola a los ojos. ¡Escoja vivir! le grito, mientras le entrego varios billetes, y huyo impotente. Su imagen refulge en mi memoria.

Desde mi fluido recinto te enmarco, Dayana. A lo lejos, el Arco del Triunfo desafía mis manos y se disuelve en nubes de cobalto. Te veo, y danza el Rojo cadmio asentándose en tu lecho. Se agitan mis dedos con tus redondeces: el Cyan y el Azul oscuro salpican tus caderas, que se exhiben generosas en tus apretados jeans; brotan después el Magenta, Morado y Azul cerúleo, coloreando la coqueta trusa que acunará tus fecundas colinas, nidos de pájaros hambrientos.

Un travieso pincel impregna de Siena quemado tu rostro, cuello, hombros y brazos; el derecho, descansa suave sobre el muslo, el otro se dobla, para sostener tu cabeza. Se enreda ahora en mis dedos un pincel más fino para dibujar tus ojos negros, que miran abiertos el mañana. Está caliente el cuerpo, alborozado con las vibraciones cromáticas. Viéndote tan absorta, llamé al Amarillo cadmio para teñir tus cabellos e iluminar tu rostro. El Rojo cereza se desliza por tus labios que guardan besos cálidos, húmedos y largos. Esperas, como Odalisca primeriza, la oportunidad de complacer.

Pinceles, dedos y colores atraparon tus formas, Maja desnuda de vuelos, Aprendiz de concubina, Mujer de sueños encarcelados, Princesa de reinos inexistentes. Te veo respirando el aire veranero en el Central Park, transitando por la Quinta Avenida, o impresa en los muros de Coney Island. “Espérame en Londres, o aguárdame en París”, pareces decirme.

La Torre del Reloj, con sus silentes campanas, se eleva en el horizonte. Un airecillo cálido mece las aguas del Támesis y estremece el ambiente. El delicado pincel de marta despierta juguetón y se apresta para delinear tus desnudos tobillos y pies, que colorean de Siena mis emocionados dedos. Con el último trazo, dibuja sandalias Rojas de elevados tacones.

Ya no aguardarás más… hay un extraño brillo en tus ojos. Ilusionada, sacudes tu melena con la gracia de una ola, y te levantas. El Amarillo cadmio iluminó tus pensamientos, has roto las barras del encierro y decidida, ¡te sales del marco!

 

El bajo París / 21 cms. x 16 cms. / Acrílico sobre cartón / 2012

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