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¿DÓNDEESTÁMÉLANI?

 

¿DÓNDEESTÁMÉLANI?

Carlos Mario Gallego

Uy, parce, en esta pintura del maestro Zapata está Mélani.

¿Cuál Mélani?

Una vieja que conocí… espere le tiro el rollo completo, dijo mi amigo y pidió otras dos amargas en el bar La Serenata, junto a Barbacoas.

Resulta y sucede que fui con unos amigos a ver un partido de la selección Colombia en un bar del centro. El ambiente estaba del putas porque Colombia empezó ganando. Éramos puros manes en la mesa y en la barra estaban dos chicas lo más de chimbitas. Entre madrazos porque fulano se comió un gol y gritos porque el portero atajó un penal, una de las dos nenas me clavó el ojo y me peló el diente.

El partido se acabó, mis amigos se fueron y me quedé solo en la mesa. Entonces invité a las dos mamacitas y pedí una botella. Hablamos pendejadas y nos reímos, hasta que el mesero nos dijo: “me colaboran con la salida” y entonces Mélani me agarró la mano y me convidó para su dizque apartamento, por ahí cerca. Cuál apartamento, llave, era una pieza de dudoso destino en una residencia de dudosa reputación. Pero ya entrado en gastos…

Yo llegué muy arrecho y de una empecé a desvestirla, pero Mélani me contuvo y me advirtió que el rato costaba 30 mil. Me sorprendí porque creía que le gustaba y que me lo iba a dar de puro parche, pero nanay cucas, me tocó entregarle la plata. Se persignó con los billetes, los encaletó y apagó la luz. Yo le pedí que la dejara prendida,

que la quería mirar, pero ella se negó, me fascina al oscuro, tarrao…

Sentí que se desnudó y con la linterna de mi celular la alumbré: ¡era un macho, parce! Prendí la luz y le dije que me respetara, que yo era un varón, que me devolviera la plata. Me respondió que plata no devolvía, que si quería me daba un bono para que alguno de mis amigos lo hiciera efectivo.

Le insistí que me entregara la plata, que lo suyo era publicidad engañosa, y me dijo que no, que ella pensó que yo me había dado cuenta a qué me atenía. ¿O no le llamó la atención mi voz ronca?, me dijo Mélani.

Sí, pero creí que era de gritar en el partido.

No le puedo devolver su plata porque es el “nombre de Dios”, me dijo dulce y triste. No gané un peso en todo el santo día y con esto llevo comida a mi casa. Me contó que por ser “así” no conseguía trabajo y que vivía de los tipos generosos “como usted mor”. Y en ese “mor” sentí una ternura brusca que me desarmó.

Me senté en la cama, miré la hora y le pregunté si podía quedarme mientras amanecía y abrían el metro. Entonces me recosté en un lado de la cama, dando la espalda, y ella… o él, ni sé, se acostó también.

Hasta las mañanitas, susurró y me cobijó. Terminado su relato, mi amigo pidió “otras dos polochas bien frías, mostro”. Y a mí lo único que se me ocurrió decir fue: ¿y el bono?

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