JAIME GÓMEZ.
Exposición “Meditaciones Visuales.
Dibujos y Pinturas
Febrero – marzo 2016
“Rosa en la lluvia”
Es una pintura en acrílico y óleo sobre tela. La rosa cae. Las montañas, lejos, con tonos de verde pasados por agua parecen más allá del aguacero que se acerca. El cielo oscuro, gris azul, detrás pero cerca de la rosa está a punto de desplomarse, viene cargado de agua y al igual que en una situación límite espera la gota que lo desborde. Sin embargo la angustia no aparece por ningún lado. Quizá estamos frente a la calma que precede la tormenta. Pero la tormenta no llega. Entre las montañas por donde ya pasó la lluvia, y la rosa, donde no ha llegado aun, hay una tormenta que no toca ni al uno ni a la otra, paisaje y flor. No puedo decir que he pasado largas horas frente a esta pintura, la conozco desde hace poco y llamó mi atención; sin embargo me tomó un tiempo darme cuenta qué había en ella. Recibí una fotografía gracias a los buenos oficios de Carlos Tobón, artista, fotógrafo, quien me la envió junto con otras obras de su autor: Jaime Gómez, pintor colombiano residente en Paris. Como dije, algo en “Rosa en la lluvia” me atrajo, sin embargo darme cuenta de donde o cuál era el punto de atracción no fue fácil. No eran los pétalos, pintados con detalles mínimos y precisos, quizá con pincel de miniaturista; ni el tallo casi perdido en la densidad de las nubes; tampoco eran los nubarrones a punto de desbordar; y menos aún el paisaje, lejano, que en su distancia fija me recordaba las montañas que he visto en otras pinturas de Jaime Gómez y seguramente lleva en la memoria porque nos han rodeado desde siempre.
La inminencia de la lluvia trajo al recuerdo una historia corta que voy a narrar y me ayudó a descubrir dónde estaba el detalle que me atraía de la pintura. Don Ricardo Sanín era un hombre mayor cuando una tarde con amenaza de lluvia en el corredor de su casa de El Retiro, me dijo: una vez, una tarde así, a punto de llover, una visita llegó. Llegó por sorpresa. El dueño de casa no sabía qué hacer, no esperaba a nadie. Sin embargo recibió los visitantes, pero como no esperaba a nadie no tenía nada para ofrecerles. Intentaron la conversación pero se agotó más pronto de lo esperado. Las nubes cada vez más densas oscurecieron la tarde hasta el punto de que parecía llegada la noche. El silencio era pesado. El dueño de casa murmuró entonces: no les digo que se vayan porque parece que va a llover y tampoco les digo que se queden porque en su casa se van a preocupar. La historia terminó allí. Si los visitantes partieron, no lo supe nunca, imagino que quedaron suspendidos frente al aguacero que no llegaba y las montañas visibles desde el corredor de la casa de don Ricardo. Es posible, me digo ahora, que una ausencia de angustia sin límites, la misma que “Rosa en la lluvia” me produce, los hubiera alcanzado y en lugar dejarse llevar por el temor a la lluvia se hubiera quedado frente a ella suspendidos y, por supuesto, la lluvia también, como en la pintura de Jaime Gómez.
Una historia lleva a otra. Con “Rosa en la lluvia” en la pantalla de mi computadora imagino lo descrito hasta ahora; la historia de don Ricardo Sanín, que por la lluvia y el suspenso se mezcla con la ausencia de angustia en la pintura, es la continuación inevitable del encuentro que, de manera inesperada, me plantea un cambio de dirección. Por el sentido de la lluvia, el peso de las nubes, la lejanía de las montañas, incluso por su posición, la rosa cae. Es lo evidente, es lo que imaginamos, es la respuesta que recibí cuando lo pregunté en el Museo Maja de Jericó donde la pintura está expuesta. Pero, si obramos como debiéramos hacerlo en aras de abordar la ficción y cambiamos la dirección del movimiento, ¿qué sucedería si en lugar de caer, la rosa sube?
Sucedería todo. La ficción total. La ascensión de la rosa significa el final del suspenso y el inicio de una acción donde ella asume su papel, principal; gira sobre su eje a medida que asciende, abre y cierra los pétalos como si hablara con ella misma o con otras rosas que, como ella, suben, cumplen el ciclo del agua lluvia que se avecina: lluvia, evaporación, condensación, lluvia. Entre la flor y las montañas las nubes esperan. No ha llegado aun el momento, con el pasar del tiempo, paisaje, nubes y flor, conservan sus lugares en ese orden desde más allá de las montañas, el lado opuesto al del espectador. Sin embargo, nada sucede, los otros cientos de flores como gotas de agua que presagia el ascenso de la única visible no entran en la imagen. Entonces las conjeturas aparecen: ¿qué pasa?, ¿por qué no sube?, Los espectadores podrán dar por hecho que una multitud de flores vendrá. Por momentos un movimiento, como un viento corto, se cuela entre las nubes y acompaña un estremecimiento de la flor que parece estar más arriba. Las montañas van y vienen con sutileza hasta el primer plano.
A pesar de la espera, la ausencia de angustia que no abandona la flor, permanece. Se instala. La relación con ella es única. Se necesita tiempo. Llegado el momento “La rosa en la lluvia” tomará la dirección que el deseo ordene. Quizá por eso la lluvia espera…
© Saúl Álvarez Lara / 2016