JORGE ALONSO ZAPATA
Exposición “Una Segunda Oportunidad”
Pinturas
Abril – mayo 2016
Una multitud de película
Hace poco, por sugerencia de Roberto Ojalvo, director del Museo Maja de Jericó, en el suroeste de Antioquia o de Jorge Zapata, el pintor, o de los dos, escribí el texto que sigue para presentar la exposición que se inaugura en estos días y estará abierta las próximas semanas en el Museo. Después de dar algunas vueltas a la idea me crucé con una frase en los Diarios de Paul Klee que me sugirió la línea a seguir para llegar a su obra, o quizá mejor, a su manera de llegar a lo que pinta. Paul Klee escribió: “…El pintor no pinta lo que ve sino lo que imagina…” Tal vez, me dije, la frase aplica a Jorge Zapata porque si bien sus pinturas son una representación de la calle, personajes, objetos o situaciones, el resultado, sin quitar nada de la realidad que encierran, se construye como planos de película. Fue la primera vez que la palabra “película” apareció en este encuentro.
A pesar de que conozco las pinturas de Jorge Zapata desde hace algunos años, tengo una en mi casa, nunca había estado en su estudio. Fui a visitarlo un lunes en la tarde. El estudio está situado en una de las calles del centro de Medellín cerca del Parque de Bolívar. Llegué sin inconveniente y sin la dirección precisa, solo con el recuerdo de las indicaciones que él mismo me dijo por teléfono esa mañana. En la primera puerta donde llamé acerté. Entre los visillos detrás del vidrio de la puerta de entrada vi venir desde la profundidad de un pasillo oscuro y profundo una figura que hacía señas para no tocara más el timbre. Era Jorge. Al entrar vino la primera sorpresa. Las paredes de esa casa, con habitaciones a lado y lado del pasillo central, todas las paredes hasta el techo, están cubiertas de collages realizados por otro artista que habita allí. En los rincones, en los techos, entre las puertas, en los espacios entre habitaciones, en todos los recovecos, no hay un solo centímetro que no esté cubierto por una imagen o un grupo de imágenes, y sobre el piso, en las mesas o en arrumes, libros también cubiertos de composiciones hechas con imágenes de todos los orígenes. Esta primera sorpresa, sin embargo, es otra historia y hablaremos de ella en una próxima Marginalia.
Al final del pasillo se abre un patio y la cocina, ambos igualmente tapizados con imágenes; después el estudio y más allá el solar donde intentamos sentarnos a conversar pero un aguacero corto e intenso no lo permitió. El estudio es pequeño, con el desorden y el orden que debe haber en un estudio de pintor, con pinturas en proceso, con pinturas terminadas, con arrumes de cartones y también de imágenes, solo que allí se trataba de las imágenes de Jorge Zapata, de sus montajes cinematográficos, de sus personajes. Un espacio con entrada al estudio y salida al solar, alrededor de una mesa redonda, metálica, fue el lugar donde nos sentamos para conversar al calor de una copa de vino, sobre las pinturas, pero sobre todo, con la intención de saber cómo llega o llegó Jorge Zapata a lo que pinta. El resultado de ese encuentro es el texto a continuación y lleva el mismo título de esta Marginalia.
Una multitud de película. Me encuentro frente a una multitud. No se trata de la multitud que no se detiene y avanza inexorable rumbo a sus historias. Es la multitud que Jorge Alonso Zapata, sacó de su contexto, enmarcó con maderas que no le van y desde su dedicación a la vida de pintor ha venido construyendo como una película sin fin en planos sin secuencia. En esa multitud está lo que no vemos y, con frecuencia, ni siquiera imaginamos. Una película requiere de planos, momentos, situaciones para llegar a la forma y personajes para intuir la historia. Es el trabajo que hace Jorge Zapata mientras pinta: recrea personajes e imagina situaciones. Cada una de sus pinturas es el resultado de encuentros, recorridos, llamados urgentes de atención, o momentos de observación disimulada. Cada cuadro, como parte de la secuencia general que representa su pintura, lleva implícita una historia que no es única, se complementa y llega al desenlace en otro cuadro, otro plano de la película.
Si hablamos de planos en esta aproximación a la pintura de Jorge Zapata es para situarla en el contexto de una continuidad, secuencia en términos de cine, de instantes que se integran a medida que el azar pone frente a sus ojos las situaciones de calle, de puerta, de esquina, de multitud, que él, como el poseedor de esa manera de ver, fija como puntos de referencia de una historia vivida, no solo por quienes allí aparecen, sino como manifestación de su propia experiencia mientras dibuja, define, agrega color y características propias a cada situación o personaje.
Jorge Zapata ve, interpreta los planos, otro término venido del cine, que su mirada con experiencia selecciona. Para una manera de ver desprevenida, es posible que las situaciones de calle sean siempre las mismas, casi iguales, con una que otra variable pero parecidas a las que la prensa y la televisión nos han acostumbrado. Para el pintor, con la mirada al corte, son momentos que saltan a la vista y en su afán por fijarlos en la continuidad, secuencia, de su obra, los dibuja a lápiz en una libreta de bolsillo que lleva siempre en su maletín. Son momentos tan rápidos, instantes tan efímeros, que antes de terminar de registrarlos con trazos precisos ya han cambiado: la mujer, por ejemplo, que escarba en su bolso para sacar el espejo, recostada contra un poste mientras el semáforo cambia de verde a rojo, desaparece, y en su lugar, un hombre con los brazos tatuados espera quién sabe qué recostado al mismo poste. El pintor los registra, instantes furtivos, y con trazos rápidos toma nota. A veces incómodo porque él también está a la espera de que el semáforo cambie, dibuja. Con esa rapidez se suceden las situaciones, es la misma rapidez con que las secuencias pasan en el cine. Después, el pintor regresa a su estudio y con trazos negros, de pincel, define líneas, da forma a personajes, agrega detalles –un balde, una bolsa, un papel arrugado, un letrero publicitario– provenientes de la misma cantera de donde vienen todas las situaciones –la calle– pero registrados en otros momentos. En esta construcción, que Jorge Zapata realiza en su estudio, que no es del todo cinematográfica pero el resultado lo es, comienzan a aparecer personajes en el primer plano de algunos cuadros, de perfil o de frente, con camisa azul, verde o amarilla, con dibujos o marcas de consumo, siempre con colores vivos. En otros cuadros, los mismos personajes pasan a segundo plano, lejos, dejan el frente a otros porque ellos ya hicieron su papel. Incluso los cuadros, planos, donde lo que sucede, sucede en la intimidad de una habitación de adolescente o de motel donde los juguetes sexuales ruedan por todos los rincones, es posible imaginarlos detrás de alguna de las ventanas de las casas o edificios ultramodernos presentes en otros cuadros.
El pintor mira. Mirar estimula su imaginación. Jorge Zapata con imaginación desbordante ve más, más detalles, más colores, más formas en sus recorridos urbanos quizá porque sus ojos, como cámaras de cine, no cesan de registrar situaciones, de pasarlas de un cuadro a otro, de un plano a otro. Lo hace sin sin movimiento, tal vez con la idea de que el espectador les encuentre uno en la quietud simulada que representan.
Con todo esto quiero decir que la pintura de Jorge Zapata es un solo movimiento, en música quizá lo llamen un “allegro perpetuo”, separado por cartones, papeles, marcos, que en su intensidad y forma, narran una sola historia: la de unos personajes, la de una ciudad, la de un momento que podría suceder en cualquier lugar del mundo…
© Saúl Álvarez Lara / 2016
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